domingo, 6 de mayo de 2012

SERMON EXEGETICO- Un solo rebaño, un solo pastor. Caurto Domingo de Pascua.


“Un  solo   pastor,  un  solo  rebaño”



PASAJE BÍBLICO: Juan 10:11-18



EXÉGESIS:



CAPÍTULOS 9-10: EL CONTEXTO.



El pasaje de “Yo soy el buen pastor” tiene de trasfondo la historia de un hombre nacido ciego (9:1-34). Jesús sanó al ciego, precipitando una controversia con los fariseos, quienes se negaron a creer que Jesús había cumplido un milagro e intentaron desacreditarle. Esa historia terminó con el hombre que había sido ciego testificando de Jesús y los fariseos echándole – un giro irónico en que el hombre que antes era ciego, ahora es bendecido con vista espiritual tanto como física, mientras que los líderes espirituales de Israel rehúsan ver – un hecho que Jesús incluye en su discurso de ceguedad espiritual (9:35-41).



Jesús entonces utiliza varias metáforas pastoriles de ovejas, pastores, y la puerta de las ovejas (10:1-10), identificándose como la primera puerta de las ovejas (v. 7) y después como el buen pastor (v. 11). Se contrasta con ladrones, bandidos que no entran por la puerta (v. 1) y desconocidos a quienes el rebaño rehúsa seguir (v. 5). Entonces se contrasta a si mismo con el pastor asalariado, cuya única preocupación es su propio bienestar personal (vv. 12-13).



Estas imágenes negativas (aquéllos que rehúsan ver, ladrones, bandidos, desconocidos, contratados) son metáforas que se encuentran levemente encubiertas para los fariseos que, en su encuentro con el hombre previamente ciego, se revelan a si mismos como descuidados del hombre ciego y desatentos a la verdad. Sus acciones son egoístas, y no tienen nada que ver con el amor para Dios o para el hombre. El hombre que antes era ciego ahora ve claramente – y ve que Jesús, no los fariseos, es el buen pastor – que Jesús merece su confianza.



Una matiz interesante ocurre en esa historia cuando los fariseos interrogan a los padres del ciego, preguntándole cómo es que ahora puede ver (9:19). Los padres contestan, “Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego: Mas cómo vea ahora, no sabemos; ó quién le haya abierto los ojos, nosotros no lo sabemos; él tiene edad, preguntadle á él; él hablará de sí” (9:20-21). El narrador explica, “Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos: porque ya los judíos habían resuelto que si alguno confesase ser él el Mesías, fuese fuera de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle á él” (9:22-23). Es decir, estos padres actúan como un asalariado que “ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye” (10:12). Al encontrarse en peligro, abandonan a su hijo.



La prueba que estas metáforas son, realmente, una historia continua también aparece en vv. 19-21, donde se repiten dos de los temas mencionados anteriormente, la división de los judíos en cuanto a Jesús (9:16 y 10:19) y el significado de la curación como testimonio del poder de Dios que tiene Jesús (9:33 y 10:21).



Un problema sin resolver es que 7:2 dice que se acercaba la fiesta de Tabernáculos, y 10:22 dice, “Y se hacía la fiesta de la dedicación en Jerusalén.” Estas fiestas ocurren aproximadamente tres meses una de otra, y no está claro cuando cambia el tiempo en la historia.





















VERSÍCULOS 11-13: YO SOY EL BUEN PASTOR.



11Yo soy (griego: ego eimi) el buen (griego: kalos) pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas. 12Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata, y esparce las ovejas.13Así que, el asalariado, huye, porque es asalariado, y no tiene cuidado de las ovejas.



“Yo soy (ego eimi) el buen pastor” (v. 11a). Ego eimi es una frase importante en este

Evangelio, que incluye numerosas frases de “Yo soy”:



− “Yo soy, que hablo” (4:26).

− “Yo soy el pan de vida” (6:35).

− “Yo soy el pan vivo” (6:51).

− “Yo soy la luz del mundo” (8:12; 9:5).

− “Antes que Abraham fuese, yo soy” (8:58).

− “Yo soy la puerta de las ovejas” (10:7).

− “Yo soy la puerta” (10:9).

− “Yo soy el buen pastor” (10:11).

− “Yo soy la resurrección y la vida” (11:25).

− “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6).

− “Yo soy la vid verdadera” (15:1).



Ego eimi se puede comprender como lenguaje codificado que se refiere al encuentro de Moisés con Dios muchos siglos antes. En esa ocasión, cuando Moisés preguntó el nombre de Dios, Dios respondió, “Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3:14). En ese versículo, “YO SOY” es “ego eimi” en el Septuagésimo (la versión griega del Antiguo Testamento). También, en Isaías 40-55, Dios utiliza la frase, “Yo soy,” una y otra vez para referirse a si mismo. Es decir, ego eimi se puede considerar el nombre de Dios. Cuando Jesús utiliza ego eimi para referirse a si mismo, se está identificando sutilmente con Dios – como Dios.



“Las frases de ‘Yo soy’ forman el centro distintivo del lenguaje de revelación de Jesús en el Cuarto Evangelio… Por medio de estos símbolos comunes, Jesús declara que las necesidades religiosas y los deseos humanos de la gente se cumplen con él” (O’Day, 601).



“Yo soy el buen (kalos) pastor” (v. 11a). Barclay anota que existen dos palabras griegas para la palabra buen. La primera es agathos, que “simplemente describe la calidad moral de una cosa.” La segunda es kalos (utilizado en este versículo), “que significa que una cosa o una persona no es solo buena; pero que en su bondad existe una calidad cariñosa, amable, y atractiva, haciéndola algo maravilloso.” Barclay entonces compara la frase “el buen pastor” con “el buen doctor.” Cuando gente habla del buen doctor, “no solo se refiere a la eficacia y capacidad que tiene como doctor; también se refiere a la simpatía, la bondad, y la caridad que le acompañan, y que han hecho de él un amigo de todos. En la imagen de Jesús como el Buen Pastor hay belleza tanto como fuerza y poder” (Barclay, 71). Brown sugiere que “noble” sería una buena traducción para kalos en versículo 11, anotando que “kalos significa ‘bello’ en el sentido de un ideal o modelo de perfección; lo vimos utilizado en el ‘vino elegido’ de ii 10” (la historia de la boda de Cana) (Brown, 386).



“el buen pastor su vida da por las ovejas” (v. 11b). Esto nos hace pensar de David, el pastorcillo que mató un león y un oso defendiendo sus ovejas (1 Samuel 17:35-36). Seguro que algunos pastorcillos pierden su vida protegiendo sus ovejas de animales salvajes o de ladrones. Otros pierden el camino mientras buscan ovejas perdidas por la noche, resultando heridos o muertos. Ser un pastor no es para el flojo de corazón.

Pero Jesús va más allá. Un buen pastor se arriesga la vida protegiendo las ovejas, pero eso no es lo mismo que de dar la vida. El pastor que se arriesga por las ovejas no espera morir, sino vivir. A veces, un pastor morirá al encontrarse con animales o ladrones, pero la mayoría de ellos no. Gente involucrada en trabajos arriesgados generalmente piensa que será otra persona la que morirá. No piensa dar su propia vida, en vez, piensa que su enemigo será el que dé la suya.



También, un pastor que muere deja a sus ovejas indefensas, entonces, parecería que el buen pastor se refiere solo a un pastor vivo – o así parece. Jesús dice otra cosa. “El buen pastor su vida da por las ovejas” (v. 11b). Mientras que un buen pastor no se va al campo esperando morir, eso es lo que hará Jesús, obedeciendo al Padre (v. 18). Jesús vino al mundo para morir en la cruz, y es la muerte del Cordero de Dios que nos salva de la muerte (1:29; Apocalipsis 7:17) – o quizá deberíamos decir que la resurrección del Cordero – su victoria sobre la muerte – es lo que asegura nuestra victoria sobre la muerte. Su resurrección le reunirá de nuevo con sus discípulos. Al dejarles finalmente, no les deja desconsolados, en vez, les da el don del Consolador (14:25) y volverá para llevarles a un lugar que él les ha preparado (14:2). Éste no es un pastor “muerto y olvidado” – no es un Señor ausente.



Lincoln anota que los griegos tienen un concepto de una muerte noble (kalos). “Para ser digno de alabanza u honor, tal muerte ha de ser voluntaria y por el bien de los demás.” Entonces habla de los mártires macabeos, quienes en 164 a.C. derrocaron al rey seleucido, Antioco Epífanes, que había profanado el templo de Jerusalén e intentado reprimir la fe judía. “Se dice que los mártires macabeos murieron una muerte honorable porque murieron por sus hermanos o la nación, para poder salvarles” (Lincoln, 297).





“Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata, y esparce las ovejas” (v. 12).



 Si hay tal cosa como un buen pastor, también ha de haber un mal pastor. Jesús no contrasta al buen pastor con un ladrón, sino con un asalariado – un mercenario cuya única preocupación es recibir su paga – que no siente afecto por las ovejas y que no siente ninguna responsabilidad por ellas – que ve el pastoreado, no como una llamada, sino solo como un trabajo – que corre del peligro, permitiendo que el lobo arrebate y esparza las ovejas. Tal hombre asalariado solo cuidará las ovejas hasta que reciba una oferta mejor. Si una oveja se aleja por la noche, fácilmente justificará haberse quedado con el rebaño en lugar de ir en busca de la oveja perdida. Si un león persigue las ovejas, el asalariado fácilmente justificará haber sacrificado un cordero para salvar al rebaño – y para salvarse a si mismo.



“Así que, el asalariado, huye, porque es asalariado, y no tiene cuidado de las ovejas” (v.



13). En un sentido, tener un asalariado como pastor es peor que no tener pastor. El asalariado da la ilusión de protección sin proteger verdaderamente. Si el dueño no tiene pastor, trabajará para buscar uno. Si tiene asalariado, el dueño estará más tranquilo, pensando que las ovejas están a salvo.



En una escala moral de uno a diez, el asalariado está en algún lugar en el medio. No pretende ser ni héroe ni villano, pero se convierte en villano a causa de lo que les ocurre a las ovejas bajo su cuidado. Falla al no reconocer (o quizá al no importarle) que su trabajo es importante – que es, literalmente, un trabajo que se trata de la vida o la muerte de las ovejas. Su indiferencia seguramente resulta en la muerte de ovejas bajo su cuidado. Su actitud es importante, porque hay vidas en juego.

Hay aquí una lección para nosotros. No basta con los ademanes de un cristiano. Cristo quiere más que recitaciones – quiere nuestros corazones. En las cartas a las siete iglesias, Jesús le advierte a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojala fueses frío, ó caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16). La razón es simple. Cristo nos llama, de manera grande o pequeña, para proclamar las Buenas Noticias de la salvación que tenemos disponibles a través de él. La indiferencia es una maldad seria, porque hay vidas en juego.



Jesús toma la metáfora del buen y el mal pastor de Ezequiel 34, que habla de los pastores de Israel – líderes religiosos – “¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan á sí mismos! ¿No apacientan los pastores los rebaños? Coméis la leche, y os vestís de la lana: la gruesa degolláis, no apacentáis las ovejas” (34:2-3). Contrasta estos malos pastores con Dios, el verdadero pastor (34:11-31). El pasaje concluye con la promesa de Dios a Israel, “Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Jehová” (34:31).



Hoy existen buenos y malos pastores, ambos clérigos y laicos. La diferencia está en el corazón del pastor. El buen pastor se preocupa por la gente bajo su cuidado, sea una diócesis, una congregación, o unos cuantos niños en la escuela dominical. El buen pastor busca maneras de liderar fielmente, y a favor del bien – aunque sea frente oposición o peligro. Malos pastores se preocupan solo su propio bienestar. Un mal pastor puede predicar falsa doctrina – o preocuparse más por programas o campañas de construcción que por la gente – o involucrarse en un escándalo sexual – pero basta con que un pastor no se preocupe por sus ovejas. Afortunadamente, Cristo tiene muchos más buenos pastores que malos.





VERSÍCULOS 14-16: CONOZCO MIS OVEJAS Y LAS MÍAS ME CONOCEN

14Yo soy el buen pastor; y conozco (griego: ginosko) mis ovejas, y las mías me conocen. 15Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. 16También tengo otras ovejas que no son de este redil(griego: aules); aquéllas también me conviene (griego: dei – es necesario – una necesidad divina) traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño (griego: poimne), y un pastor (griego: poimen).





“Yo soy el buen pastor; y conozco (ginosko) mis ovejas, y las mías me conocen” (v. 14). En versículo 11, el buen pastor da su vida por las ovejas. En versículo 14, el buen pastor conoce (ginosko) las ovejas y las ovejas le conocen a él. Ginosko es más que un conocimiento superficial – requiere experiencia – relación. El Antiguo Testamento habla de un hombre que conoce a su esposa en el sentido de intimidad sexual, una relación que significa más que un acto físico. Cuando Jesús dice que el buen pastor conoce a las ovejas, no implica nada sexual, sin embargo, está hablando de una relación muy significante.



El pastor (Jesús) conoce las ovejas (la gente) porque él “fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (1:14). “El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios: Sin embargo, se anonadó á sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante á los hombres; Y hallado en la condición como hombre, se humilló á sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8). Jesús conoce a los suyos, porque ha vivido en nuestra piel y ha experimentado nuestras alegrías y tristezas.



Jesús dice que conoce a los suyos y que los suyos le conocen a él “Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre” (v. 15a). La unión de Padre e Hijo es un tema principal en este Evangelio:



─ “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (1:1).

─ Jesús les dice a los líderes judíos, “Yo y el Padre una cosa somos” (10:30).

─ Cuando los judíos rechazan a Jesús, les reta, “aunque á mí no creáis, creed á las obras; para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (10:38).



─ En su oración de alto sacerdocio, Jesús ora por los discípulos, “Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste” (17:21).



En versículos 14-15a, Jesús nos hace pensar de una intimidad todo-inclusiva que comienza con su relación con el Padre y se extiende a los que el Padre le ha concedido (17:6) y a todos “los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (17:20). Lo que Jesús describe, entonces, es una gran familia extendida que comienza con el Padre y, a través del amor del Hijo, acoge a todo creyente.



 “y pongo mi vida por las ovejas” (v. 15b). Jesús nos recuerda de nuevo que pone su vida por las ovejas, un tema que tomará de nuevo en versículo 17.





“También tengo otras ovejas que no son de este redil (aules); aquéllas también me conviene (dei) traer” (v. 16a). Un redil es un corral o lugar cercado donde viven las ovejas cuando no están pastando. Provee seguridad y fomenta un sentimiento de comunidad. Jesús dice que también traerá a estas ovejas, y que serán un rebaño, un pastor.



¿Quiénes son estas otras ovejas? Algunos eruditos han especulado que son otras comunidades judío-cristianas, pero “esta opinión es ambos innecesariamente anacrónica y desesperadamente especulativa” (Carson, 390). La mayoría de eruditos cree que Jesús se refiere a gentiles. Cuando Jesús dice, “tengo,” implica que estas ovejas ya le pertenecen, pero que aún tiene que traerlas al rebaño. Debe hacerlo (griego: dei – es necesario que lo haga).



“y oirán mi voz” (v. 16b). Antes Jesús dijo, “y las ovejas le siguen (al pastor), porque conocen su voz” (v. 4). Borchert, que vivió en Israel por mucho tiempo, relata dos incidentes que muestran esta verdad. En el primero, un pastor guió a sus ovejas por medio del ajetreo del tráfico en Jerusalén, cantando y silbando para mantener el rebaño unido. En el segundo, cuatro pastores compartían un rebaño. Por la mañana, cada pastor cantaba y llamaba a sus ovejas por turno, las que “obedientemente se separaban del rebaño más grande para seguirle a él a las colinas a pastar durante el día” (Borchert, 330).



Jesús concluye, “y habrá un rebaño (poimne), y un pastor” (poimen) (v. 16c). Brown sugiere que traduzcamos este “un rebaño, un pastor” de manera que preserva el sonido parecido de poimne y poimen en el original (Brown, 387). Hoy, las barreras que nos separan seguramente son a causa de nuestra denominación, nación, raza, educación, vocación, o financias. Estas barreras no son apropiadas entre cristianos. Cristo nos llama para ser “un rebaño” (v. 16).



Algunas traducciones anteriores tradujeron versículo 16b “un rebaño, un pastor,” pero esto es incorrecto. El griego claramente dice poimne (redil o rebaño) en lugar de aules (rebaño). Aquí Jesús habla de la iglesia, el pueblo de Dios. Es posible que todos nosotros no estemos acorralados en un redil, pero todos somos un rebaño.



VERSÍCULOS 17-18: TENGO OTRAS OVEJAS QUE NOS SON DE ESTE REDIL

17Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla á tomar.18Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla á tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.

“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla á tomar” (v. 17). Esto es difícil de comprender – ¿no ama el Padre a su Hijo porque es su Hijo? “En el cuarto Evangelio, ni el amor de Dios por el Hijo ni el amor de Jesús por sus discípulos es incondicional. Se funda clara y expresamente en la voluntad de los seres queridos para testificar su fe, dando sus vidas y confiando que serán recibidos de nuevo” (Howard-Brook, 241).

El Hijo pone su vida “para volverla á tomar” (v. 17). El Evangelio de Juan ve la cruz y la resurrección de manera diferente que en los sinópticos (Mateo, Marcos, y Lucas) y Hechos (también escrito por Lucas):



─ En los sinópticos, Dios es el que actúa. En Juan, el Hijo actúa obedeciendo al Padre, pero de su propia voluntad.



─ En los sinópticos, Jesús reza, “Abba, Padre, todas las cosas son á ti posibles: traspasa de mí este vaso; empero no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36). En el Evangelio de Juan él mismo pone su vida – pero solo para tomarla de nuevo. En el Evangelio de Juan, la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús constituyen un solo acto de salvación. Jesús no es un mártir renuente sino un salvador dispuesto a llevar a cabo el propósito por el que vino. No debemos ver su muerte “como un accidente del destino o… como una tragedia cometida por hombres mal guiados, sino como el plan del Padre” (Carson, 389). “El amor mutuo del Padre y el Hijo, entonces, fue visto como obra de amor por el mundo, en el que el Padre enamorado se dispuso a salvar a todos y el Hijo enamorado dio todo libremente” (Beasley-Murray, 171).



─ En los sinópticos y los Hechos, el énfasis está en Dios resucitando a Jesús de la muerte (Mateo 28:6-7; Marcos 16:6; Hechos 2:24, 32; 3:15, etcétera) pero, en el Evangelio de Juan, Jesús toma su vida de nuevo (v. 17). No solo la toma de nuevo, pero también hace posible nuestra resurrección – “Ninguno puede venir á mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (6:44).



“Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla á tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (v. 18). “Mientras que Pedro acusa al Sanedrín de matar a Jesús (Hechos 4:10) y, con Pablo y los demás apóstoles, afirma que Dios le levantó de la muerte (Hechos 2:32; 4:10b), el Jesús de Juan insiste que pone su vida por si mismo, y por su propia voluntad la vuelve a tomar” (Williamson, 121).



“En la costumbre de una muerte noble no solo es la muerte voluntaria, pero aquéllos que la sufren también se consideran no conquistados y triunfantes… En su muerte, Jesús no es el vencido sino el vencedor y por lo tanto, y contrario a evaluación normal, su crucifixión no es un caso de vergüenza o desgracia, sino una muerte noble y honorable” (Lincoln, 299).


SERMON predicado el Domingo 6 de Mayo del 2012. Quinto Domingo de Pascua. Iglesia Presbiteriana "El Buen Pastor".


“LA  VID  VERDADERA”



PASAJE BÍBLICO: Juan 15:1-8



EXÉGESIS:



13:31 – 14:31: EL CONTEXTO.

Estos versículos forman la base de capítulo 15, y presentan varios temas que Jesús explica más a fondo en capítulo 15 – el mandamiento de amar (13:31-35; 15:12) – la posibilidad de negar o no estar en Jesús (13:36-38; 15:6) – el uso de la palabra meno en sus formas varias (14:2, 23; 15:4 ff – véase la exégesis de vv. 4-8 a continuación) – la importancia de la conexión entre los discípulos y Jesús (14:6; 15:5-6) – la promesa de una oración cumplida (14:14; 15:7) – la importancia de guardar los mandamientos de Jesús y de rendir fruto (14:15; 15:8). “Se presenta un nuevo tema: el odio del mundo (15:18-25; 16:1-4a)” (Williamson, 194).



VERSÍCULOS 1-8: UN RESUMEN.

Estos versículos forman una alegoría (una obra en la que personajes representan otras cosas y, de manera simbólica, expresan un significado más profundo). Hay cuatro actores en esta pequeña obra.

─ El Padre es el labrador (v. 1).

─ Cristo es la vid (v. 5).

─ Los discípulos son las ramas (v. 5).

─ Los que no permanecen en Cristo son ramas inútiles (v. 6).



¿Dónde está la iglesia aquí? La iglesia fructuosa es la rama que poda el labrador, pero la iglesia infructuosa es la rama que el labrador corta y tira al fuego.



Estas imágenes de la viña son familiares. El Antiguo Testamento a menudo presenta Israel como una vid o una viña, pero, por lo general, son imágenes negativas:



“Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel,

y los hombres de Judá planta suya deleitosa.

Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor” (Isaías 5:7).

“Y yo te planté de buen vidueño, simiente verdadera toda ella:

¿Cómo pues te me has tornado sarmientos de vid extraña?” (Jeremías 2:21).

“Por tanto, así ha dicho el Señor Jehová:

Como el palo de la vid entre los maderos del bosque,

el cual dí al fuego para que lo consuma,

así haré á los moradores de Jerusalén” (Ezequiel 15:6).

“Tu madre fue como una vid en tu sangre,

plantada junto á las aguas, haciendo fruto….

Empero fue arrancada con ira, derribada en tierra,

y viento solano secó su fruto; fueron quebradas

y secárnosle sus varas fuertes; consumiólas el fuego” (Ezequiel 19:10, 12).



Pero existe algo nuevo aquí. “El Padre aún aparece como el labrador, pero Jesús es la Vid, no Israel, y los discípulos son las ramas. Esta inserción dentro de la antigua imagen crea un cambio radical. Aquí, la ‘vid’ apenas está en peligro de ser juzgada como lo es en los textos del Antiguo Testamento. Esto solo aparece en lo que se refiere a las ramas. Jesús, la Vid, parece estar entre el que guarda la viña/el labrador y las ramas como ‘mediador’ de vida y sustentamiento” (Borchert, 139).



Las viñas son algo familiar. La gente pasa por ellas en su camino de sitio a sitio. Algunos tienen su propia viña o trabajan en una viña. Saben discernir una rama fructuosa de otra que roba la vid de su energía. Podan ramas infructuosas y se sienten satisfechos de su obra quirúrgica. El podar puede parecer cruel, pero renueva la vitalidad de la viña. Ramas inútiles roban la fuerza de la planta. Dejarlas ahí no cumple ningún propósito y reduce el valor de la viña. El labrador corta las ramas infructuosas y, encontrándolas inútiles, las quema.







VERSÍCULOS 1-3: YO SOY LA VID VERDADERA

1Yo soy (griego: ego eimi) la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. 2Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará (griego: airei): y todo aquel que lleva fruto, le limpiará (griego: kathairei), para que lleve más fruto. 3Ya vosotros sois limpios (griego: kathairoi) por la palabra que os he hablado.



“Yo soy (ego eimi) la vid verdadera” (v. 1a). En este Evangelio, Jesús utiliza el metáfora de “Yo soy” (griego: ego eimi) en varias ocasiones: “Yo soy el pan de vida” (6:35) – “Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo” (6:51) – “Yo soy la luz del mundo” (8:12) – “Yo soy la puerta de las ovejas” (10:7) – “Yo soy el buen pastor” (10:11) – “Yo soy la resurrección y la vida” (11:25) – “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6).



Este lenguaje de “Yo soy” hace pensar del encuentro de Moisés con Dios en el arbusto ardiente cuando Dios se identificó a Moisés como “YO SOY EL QUE SOY,” diciéndole, “Así dirás á los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado á vosotros” (Éxodo 3:14). Es decir, “YO SOY” es Dios, y estas metáforas de “Yo soy” identifican a Jesús como Dios. Esto concuerda con la declaración inicial de este Evangelio, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (1:1).



Ésta es la última de las metáforas de “Yo soy” en este Evangelio. Como otras metáforas de “Yo soy” (pan, luz, puerta, pastor, etcétera), la metáfora de la viña nos asegura – nos conforta. “Para un pueblo nómada, una viña es símbolo de asentamiento, de llamar a un lugar su hogar” (Howard-Brook, 330).



Cuando Jesús se identifica como la vid verdadera, está implicando que existe una vid falsa. Los pasajes del Antiguo Testamento citados anteriormente dejan claro que Israel ha sido una vid falsa.



“y mi Padre es el labrador” (v. 1b). Esto sugiere que el Padre es superior, pero también sugiere una gran mutualidad. La vid depende del cuidado y el alimento que el labrador le proporcione, pero también el labrador depende de la vid y de su producto. Cada uno le da vida al otro y toma vida del otro. Aunque esto puede llevar la metáfora demasiado lejos, no podemos reiterar suficiente la mutualidad que existe entre Padre e Hijo. Jesús dice, “Yo y el Padre una cosa somos” (10:30).

El Padre/labrador provee dos servicios para alentar la productividad de la vid. Primero, “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará” (v. 2a). Segundo, “y todo aquel que lleva fruto, le limpiará para que lleve más fruto” (v. 2b). Es importante anotar que, sea la vid fructuosa o no, el labrador lleva un cuchillo afilado. Si la rama no produce, el labrador la corta, pero si la vid produce, el labrador, aún así, la poda para mejorar su fruto futuro.



Esto nos debe instruir. Nos gustaría pensar que el Padre cortará la rama que no produce y que perdonará la rama que si lo hace. No obstante, el cuidado cariñoso del Padre significa estar bajo el cuchillo afilado del labrador. Esto significa que nosotros, como fieles discípulos, podemos esperar que el dolor sea parte de nuestras vidas. Esto puede ser difícil de aceptar. “No es decir que el podar (cortar relaciones dolorosas, la pérdida preocupaciones, el cese de ambiciones insignificantes) signifique que los que sufren dolor serán cortados de Dios, dejando heridos a los creyentes, confundidos y enojados (Craddock, 260).

El autor de Hebreos lo explica así: “Porque el Señor al que ama castiga, Y azota á cualquiera que recibe por hijo” (Hebreos 12:6). Continúa diciendo, “Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después da fruto apacible de justicia á los que en él son ejercitados” (Hebreos 12:11). La disciplina del padre y el podar del labrador son dolorosos pero también beneficiosos. Esto es importante de recordar, porque la vida tiene dolor, y este texto nos asegura de que nuestro dolor no es necesariamente señal de que Dios está descontento. Al contrario, el dolor bien puede ser señal de que Dios aún está amoldándonos – dando forma a nuestras vidas – ayudándonos a ser lo mejor que podemos ser.



Jesús sigue alentando a los discípulos, “Ya vosotros sois limpios por la palabra que os he hablado” (v. 3). Al lavar los pies durante la Pascua, les dijo, “El que está lavado, no necesita sino que lave los pies, mas está todo limpio: y vosotros limpios estáis, aunque no todos” (13:10). La excepción es Judas, el que le traicionó (13:11). Ahora, de nuevo les declara limpios. “Los discípulos han visto, creído, y obedecido la palabra de Jesús, aunque aún no la hayan comprendido por completo” (Smith, 283). La palabra de Jesús tiene el poder de limpiar cuando la creemos y la obedecemos. Esto también es instructivo. Lo más cerca que estemos a Cristo, lo más “limpios” que estaremos y lo menos que necesitaremos ser podados (el griego, katharoi, significa ambos podado y limpiado).



Hay un juego de palabras en versículos 2-3 que solo es aparente en el griego. El labrador “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará (airei): y todo aquel que lleva fruto, le limpiará (kathairei), para que lleve más fruto. Ya vosotros sois limpios (katharoi) por la palabra que os he hablado.” Parece que el autor escogió estas palabras tomando en cuenta su valor literario.



VERSÍCULOS 4-8: ESTAD EN MÍ, Y YO EN VOSOTROS

4Estad (griego: meinate – de meno) en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer.6El que en mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden.7Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será hecho. 8En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.







“Estad (meinate – de meno) en mí, y yo en vosotros” (v. 4a). Este verbo, meno, en sus formas varias (incluyendo el equivalente sustantivo), ocurre en varios pasajes de este Evangelio. En la mayoría de los casos, describe una relación importante o una condición espiritual:

─ Juan testificó, “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y reposó (emainen) sobre él” (1:32).

─ Jesús rechaza los líderes religiosos, diciendo, “Ni tenéis su palabra permanente (menonta) en vosotros; porque al que él envió, á éste vosotros no creéis” (5:38).

─ Jesús dice, “Yo la luz he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca (meine) en tinieblas” (12:46).

─ Jesús dice, “En la casa de mi Padre muchas moradas (monai) hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, á preparar lugar para vosotros” (14:2).

─ Jesús dice, “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos á él, y haremos con él morada (monen)” (14:23).

15:1-8, con su énfasis en estar con Jesús, “es la contraparte de Juan tratándose de la visión de Pablo – la iglesia como cuerpo de Cristo y de creyentes ‘en’ Cristo. Ambas son maneras de destacar la conexión vital que existe entre Cristo y los suyos… (No obstante), Jesús no dice que la iglesia es la vid, sino que él es la vid.



La iglesia no es más que las ramas que están ‘en’ la viña” (Morris, 593).

En 15:4-7, Jesús deja claro que nuestra relación con él – nuestro morar en él – es la clave de ambos nuestro fruto y nuestro destino. El cristiano encuentra fuerza y propósito a través de su relación con Cristo. La persona débil se refuerza al ser entrelazada en una vid de Cristo, y la persona fuerte se debilita cuando se separa de ella.

C.J. Jung dice que Cristo “añade un peldaño más a la escalera de la evolución, produciendo una nueva criatura que vive de una manera nueva y a la cual el hombre natural no puede llegar, tal como una cosa que se arrastra por el suelo no puede llegar a volar… Y… este reto no debe ser burlado. Porque Cristo lo ha hecho. Y cada día encontramos nuevas criaturas por la calle. Y nosotros somos una de ellas; nuestro propósito es vivir así para que otros, al conocernos, miren otra vez, y entonces que miren de nosotros a Jesucristo… Y quizá ésa es la manera por la que podemos servir mejor a Cristo (citado en Gossip, 717).



“Estad en mí, y yo en vosotros” (v. 4a). Estas palabras también se dirigen a la iglesia, “cuya vida comunitaria y ministerio de justicia social no son mas que ramas echadas al fuego, aparte del Cristo que mora en ellas” (Cousar, 315). “Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí” (v. 4b). La iglesia siempre está tentada a mirar hacia otro lugar – política o donantes enriquecidos – en busca de su fuerza, pero Jesús nos dice que la infructuosidad comienza en un lugar muy diferente. Mientras estemos en su presencia, su fuerza se hace nuestra. Tan pronto como le volvemos la espalda, nuestra fuerza empieza a desvanecerse.

Estamos tentados a pensar de otra manera. Nuestra vida de oración se echa a un lado a favor de ocupaciones y tareas. Nuestros verdaderos valores se revelan a través de la manera en que establecemos nuestras prioridades – o de la manera en que dejamos que las prioridades se establezcan por si mismas. Para los clérigos, muchas cosas son Prioridad Número Uno. Debemos llevar a cabo alabanzas, bodas, y funerales – consolar a los que lamentan – visitar pacientes en hospitales – asistir reuniones concejales – supervisar nuestros trabajadores – aconsejar – enseñar clases de catecismo – contestar el teléfono – preparar el boletín – asistir actividades cívicas. También sabemos que debemos orar, pero la oración se pierde fácilmente entre las prisas. Esperamos que una rápida suplica por ayuda sea suficiente, pero Jesús dice, “Estad en mí.”

También nos tientan otras lealtades. Sabemos que estar con Jesús es el centro de nuestro ministerio, pero también sabemos que lealtades a la denominación, al obispo, y nuestra herencia teológica nos ayudan a avanzar. Es demasiado fácil hacer de ellos nuestro lugar para estar, pero Jesús dice, “Estad en mí.”



“Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí” (v. 4b). Estar en Jesús capacita a la rama para rendir fruto. ¿Qué fruto?

─ Jesús manda que nos amemos uno a otro (13:34; 15:12), por eso, amor ha de ser uno de los frutos.

─ Jesús nos pide que obedezcamos sus mandamientos (v. 10), por eso, obediencia ha de ser uno de los frutos.

─ Jesús promete alegría (v. 11), por eso, alegría ha de ser uno de los frutos.

─ Pero quizá el fruto incluye más de lo que se revela en este capítulo. Pablo menciona frutos del Espíritu – amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza. (Galatos 5:22). Seguro que morar en Jesús ha de producir cada uno de ellos de en cierta cantidad.

Cuando se nos pide medir nuestros frutos, miramos los bautizos, la asistencia a alabanza, los fondos recaudados para un nuevo edificio – u otras estadísticas. El verdadero fruto, sin embargo, fluye de nuestra relación con Jesús y el Espíritu que Jesús promete (v. 26). Entonces, prosigue que nuestro fruto sea ése que se nos da, y que será específico a cada discípulo. Bultmann dice, “La naturaleza de rendir fruto no se expresa de manera específica; es cada demostración vital de la fe, a la cual, según versículos 9-17, le pertenece el amor recíproco más que nada” (citado en Smith, 283).



Esto me recuerda de una joven de pocos medios cuyo ministerio consistía de leer el periódico diario y orar por los recién nacidos, recién casados, familias en luto, y otros necesitados de la ayuda de Dios. Creo que ella tenía un ministerio fructuoso. El fruto no necesita ser algo que se revele en gráficos o cuadros matemáticos. La verdadera prueba es si el fruto honra a Dios (v. 8).



Pero nos confrontamos con la pregunta práctica de cómo cumplir la obra de estar con Jesús. ¿Qué debemos hacer? Existen por lo menos tres disciplinas a las que debemos atender.

─ Servicio a Dios por medio de alabanza pública y apoyo a la iglesia.

─ Servicio a los demás, particularmente los necesitados.

─ Servicio a si mismo por medio de oración personal, devociones, y el estudio de escritura.



“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer” (v. 5). En vez de convertirse en algo mediocre al no estar en Jesús, nos quedamos completamente impotentes. En lugar de simplemente desvanecerse el valor de nuestro trabajo y testimonio, se convierte en algo completamente inútil. No podemos funcionar espiritualmente al estar desconectados de Jesús igual que no podemos funcionar físicamente cuando se nos corta el aire que respiramos. Estar desconectado de Jesús es ser cortado de la fuente de vida. Sin nuestra conexión con Jesús, nos quedamos solos y dependemos solo en nuestros propios recursos. Esto resulta “en una completa infructuosidad o en un crecimiento salvaje que ya no es amoldado por su palabra, en activismo o idealismo que no es derivado de él ni dirigido hacia él” (Ridderbos, 517).



“El que en mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden” (v. 6). El tono de este versículo es parecido al tono de juicio que existe en la metáfora de las ovejas y las cabras. Preferiríamos que Jesús afirmara nuestra bondad y que nos asegurara la vida. En cambio, aprendemos que aparte de Cristo no hay bondad ni vida.

“Si estuviereis en mí, y mis palabras (griego: rhemata) estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será hecho” (v. 7). “Las ‘palabras’ (plural) aquí son rhemata; la ‘palabra’ (singular) de versículo 3 es logos. El logos es la enseñanza completa de Jesús; rhemata son las declaraciones individuales que la componen. Él mismo es la encarnación de todas sus enseñanzas” (Bruce, 309).

Versículo 7 suena mucho como el pasaje del Sermón en el Monte “Pedid y se os será concedido,” pero versículo 7 establece una condición importante. Solo la persona que está en Cristo puede esperar recibir todo lo que pide. Tenemos un gran poder, pero solo mientras nos mantengamos conectados a la fuente de poder. Tal conexión forma nuestras peticiones. Si estamos en Cristo y sus palabras están en nosotros, nuestras peticiones concordarán con su voluntad. Jesús dice, “pedid todo lo que quisiereis,” pero la persona que está en Cristo no deseará cosas frívolas o malas. Al estar en Cristo, nuestros corazones se concentran en las preocupaciones de Cristo y nuestras oraciones suenan más y más como sus oraciones.



Versículo 8 nos confunde. Jesús dice, “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos,” pero se dirige a los que ya son sus discípulos. ¿Por qué habla de ellos “siendo (haciéndose)” sus discípulos? Quizá la respuesta es que nuestro discipulado siempre será imperfecto y que siempre estamos aprendiendo (la palabra “discípulo” significa uno que aprende). Nuestro rendir fruto nos ayuda a crecer como discípulos. Este crecimiento en santidad rinde gloria a Dios.